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MIB 3: Men In Boredom*

Anoche maté dos pájaros de un tiro. Bueno, fueron 3 ó 4. Llevaba un tiempo con ganas de ver una película en 3D. La única que había presenciado, un mediometraje, fue en la Expo’92 de Sevilla. Y antes, casi me olvido, cuando la Teleindiscreta regaló esas gafas de cartón y celofán rojo y azul porque iban a emitir en TVE no sé qué película en esos mismos dos colores, pues también hice el experimento como miles de ciudadanos de buena fe. Fue un churro. Pero entiendo que la ciencia es así, método empírico ensayo-error. Había oído historias con eso de las tres dimensiones en el cine que recordaban a aquellos señores que salían despavoridos al ver el famoso tren de los hermanos Lumiére. Así que cuando acudí a ver la exposición sobre los inventos de Leonardo Da Vinci en Madrid, no me quise perder lo primero el pequeño vídeo en 3D sobre el genio italiano. La experiencia no estuvo mal. Curioso al menos. No es tan emocionante como los libros de realidad tridimensional, esos que si no sabes cómo poner los ojos no ves un pijo, pero mucho más cercano a la realidad sí. Antooooonioooooo, que te estás enrollaaaaaandoooooo. A lo que iba, que la experiencia con Da Vinci se me quedó algo corta, esperaba una oportunidad para ver un film de esos. Hice un primer intento con la nueva de Tintín. Pero la versión on-line de la Guía del Ocio me jugó una mala pasada. Anunciaba la película en un cine a una hora y cualquier parecido con la realidad fue una coincidencia. Al menos, nos sirvió para ver Margin Call. Algo salimos ganando.

Pues a lo que iba, que anoche me lancé a la aventura de nuevo. Eso sí, asegurando. Había película y en 3D. Ok. Cenamos antes la cuadrilla de amigos, disfrutamos de un buen rato y mejor conversación, les conté una historia que hacía tiempo les debía y que no viene al caso en estas líneas (de ahí algunos de los pájaros de un tiro) y, tras una buena provisión de limonada, nos metimos en la sala 9. Íbamos a ver la nueva entrega de Men In Black. Había leído que, después de las dos primeras, lejos de languidecer, el tercer episodio de los cazamarcianos era el más sublime de los tres. Craso error. Algunas críticas inoculan unas expectativas que luego, si no se cumplen, frustran doblemente. A mí me daba igual. Sólo quería disfrutar del nuevo ingenio visual del 3D. Pero, claro, si era una gran película, te emocionas. Y no, no me dormí. Y sí, alabo la intención de crear una nueva historia partiendo de una premisa que creo que funcionó en la original. Sabéis que no me gusta, en absoluto, desvelar nada, porque soy de los que prefiero entregarme virgen a una experiencia cultural. Pero quitando lo que ya sabemos sobre los hombres de negro, la gracia de que estamos rodeados de marcianos (desde Mike Jagger a todas las modelos de pasarela), esta cinta sólo aporta un clásico viaje en el tiempo con sus incoherencias temporales y poco más. Un guión entre empalagoso y mantecoso con unos diálogos más que predecibles, al igual que todo el desarrollo de las tramas, principal y secundarias. Será que ya soy viejo pellejo difícil de sorprender. La única pena, que para interpretar al agente K de joven yo hubiera llamado a Josh Harnett, uno de esos parecidos razonables que llevan a pensar que ese chaval es un hijo secreto de Tommy Lee Jones. ¿O no?

Men in Black 3, ahora mismo en cines.

(*) Aburrimiento

The Artist-azos

Sí, vale, no me he comido mucho la cabeza pensando un título. Prefiero comerme las mandarinas que me acabo de pelar. ¿Absurdo? Pues igual que pensar en hacer una peli muda a estas alturas de la película. ¡¡¡¡Y en blanco y negro!!!! Pero ¿qué invento es esto? que diría Sara Montiel. Pues Sara Montiel no, pero el cine estaba lleno de gente de edad. No sé si para recordar momentos pretéritos o, como hicieron las tres señoras que teníamos dos filas más adelante, tocarnos la moral por no decir algo inmoral. Algún día mandaré mi educación a paseo y la montaré gorda. No, no tenían ningún defecto visual. Ni auditivo (la cinta era muda, tampoco hubiera pasado nada). Pero ahí que se pegaron las tres hijas cada una de una madre o de la misma comentando cada jugada. Si el argumento tampoco era para tanto, ¡¡¡¡¡¡¡¡por Dios!!!!!!!!! En fin, que qué se le va a hacer. La próxima, me levantaré y, educadamente, me cagaré en sus muertos. Dicho lo cual, a lo que iba. Como siempre, intentaré no desvelar nada de la película más allá de lo que ya he dicho. Simplemente procuraré trasladar mis sensaciones.

La primera, y mejor, que parece que estás en un cine en los años 20. Esa estética cuidada en los títulos de crédito, esa música… Incluso ese toque de hacer el encuadre como un trapecio (la parte baja de la pantalla algo más ancha que la parte alta) que daba como una mayor grandeza a la pantalla. O, al menos, en la pequeña sala del cine en el que asistí a la película se veía así. Lo cierto es que con todos esos ingredientes lograron trasladarme en el tiempo casi un siglo. Y sólo por eso merece la pena. El argumento, lo dicho, sin pretensiones. La ambientación, muy trabajada. Y la interpretación, genial. Los secundarios (John Goodman y James Cromwell, entre otros), principales. El perro, Uggie, de Oscar (r). Bérénice Bejo, la protagonista, cautivadora. Y Jean Dujardin, no un trabalenguas sino el nombre del actor protagonista, fantástico. La verdad es que sólo lo había visto antes en una comedia, parodia del cine de espías, que un día pasó por delante de mí en un zapping y acabó quedándose hasta el final. En esa OSS 117: El Cairo, nido de espías, Dujardin hizo mucho más que una imitación a James Bond. No creo que esa película pase a la historia del cine (aunque todo es historia). Posiblemente, con más perspectiva, The Artist tampoco. Sería una pena, porque sólo el proyecto, y el resultado final, bien lo vale.

Michel Hazanavicius, el director, tanto de la saga del agente OSS 117 como de The Artist, ha querido hacer así un homenaje a los directores a los que admira, porque prácticamente todos proceden del cine del mudo. Yo me sumo a ese reconocimiento. A esa forma de valorar la imagen, de su fuerza para contar historias. La palabra es maravillosa, extraordinaria. Pero a veces, como alargar más este texto, sobra.

Steven ‘Súper cómodo’ Spielberg

Sólo había escuchado dos comentarios sobre la película. Uno, que era como volver a la infancia, un homenaje a ET o Los Goonies. Otro, que ya se entendía el final insatisfactorio de Perdidos: J. J. Abrams estaba con la cabeza en este trabajo en vez de rematar una serie que, pese a todo, sigue siendo uno de los mejores trabajos televisivos en mucho tiempo. Aunque muchas veces resulta imposible, me gusta ver las películas sin saber absolutamente nada del argumento. Y ésta fue una de esas ocasiones. Lo único, que con esa información previa había que prepararse en condiciones. Si era un homenaje a nuestros ‘clásicos’, había también que poner de nuestra parte. El cine Capitol, en la Gran Vía madrileña, nos ofrecía la cinta en la sala 1. Perfecto. Sala grande, como hace años. A eso le añadimos un combo de palomitas que resultó un cubo casi de los de pasar después la fregona. Y dos refrescos nada menos que de 75 centilitros. Sólo faltó el poder haber tenido entradas de gallinero, las que nos podíamos permitir en nuestra niñez para poder ir, al menos, una vez cada fin de semana al cine. Si hubieran puesto algún cortometraje antes, la velada hubiera resultado ya todo un viaje astral. Así que con toda nuestra inocencia (y rodeados de treintañeros) nos dispusimos a ver la última apuesta de Spielberg. Por supuesto, Super 8 no llega a estar a la altura de otras obras dirigidas o producidas por don Steven. O, al menos, no me ‘arrebató’ como en ocasiones anteriores.

Recuerdo cuando salí del cine muchos años atrás de ver Encuentros en la tercera fase. Le dije a mis primos mayores con los que acudí (juro que la anécdota es verídica) un emocionado «quiero ver las dos primeras». Compredme. Era un churumbel. Pero esta producción cumple con lo que esperas. La factura, impecable. El efecto envolvente de Abrams, suficiente. El trabajo de los niños actores (siempre tan complicado como infructífero en los resultados), notable. En especial Ellen Fanning, una nueva aportación de la saga familiar. Lo mejor, que es una película de aventuras al uso, sin discursos grandilocuentes sobre la libertad ni otras patrioterías de las que tanto abusa Hollywood en los últimos años. Y no cuento más para los que, como yo, no quieren saber nada antes de ponerse ante la gran pantalla. Ni siquiera haré la comparativa con otra película que vi al día siguiente en DVD, de temática similar, presupuesto similar, pero factura y acabado completamente distinto. Lo dejo para un artículo posterior. Os dejo unas semanas para que intentéis buscar un cine con sala grande para, seguro que lo conseguís, retroceder tres décadas. Si tenéis hijos, sobrinos o similar, id juntos. Si no, tampoco os privéis. No será la mejor película de vuestra vida. Una más de las que firma Spielberg, en su estilo, sin arriesgar, cómodo como pocos se pueden permitir. Pero sólo por la experiencia, creo, merece la pena.

Todo al negro

Debí de ver otra cosa. Con este frío que pelaba, bajé al videoclub. Hice el esfuerzo en mirar y remirar los títulos. Pocas cintas atractivas. Me pasa a menudo. Por fin, descubro un título. El escritor (The Ghost Writer en su título original; es decir, el negro que escribe para que otros pongan su nombre). Sí, la de Roman Polanski. Pensé que había acertado. Qué error. Me volví a dejar llevar por la titulitis. Claro, cómo no, con no sé cuántos galardones –Oso de Plata en Berlín entre otros- que le han otorgado. Los últimos, 6 de las 7 candidaturas a las que optaba en los Premios del Cine Europeo 2010. Mejor película, mejor director, mejor actor (para Ewan McGregor), mejor guión, mejor banda sonora y mejor dirección artística. ¡Uf!
Lo cierto es que tengo poco con qué comparar, porque la mayoría de obras que aspiraban a lucir palmito ni las he llegado a visionar. Pero si ésta es la triunfadora, cómo serían las demás.
Y eso que, si sólo me refiero al guión, soy un gran aficionado a las conspiraciones de todo tipo, sobre todo a las políticas. Pues ni por esas. Lo mejor, en mi humildísima opinión, la casona en la que se desarrolla la trama, la intervención de James Belushi, la de Oliva Williams y, por los pelos, la aparición de Eli Wallach. La fotografía, también interesante, aunque no tanto el comprobar cómo se mantiene Ewan McGregor a los 39 años. O, mejor todavía, Pierce Brosnan, que cuenta ya con 57.  
Porque la verdad es que Luis Tosar, que aspiraba a mejor actor por Celda 211, me parece que se merecía mucho más. Y no es chovinismo del cutre. No desvelaré el final de El escritor, que por otro lado se ve desde el panizo en cuanto arranca el filme, pero ni media emoción me despertó. Todo lo contrario que la congoja del desenlace de la obra de Daniel Monzón.
Pero bueno. Polanski es Polanski. Y los premios son los premios.